El edificio de Nueva York dedicado hoy al arte contemporáneo, apéndice del Moma desde 2000, fue alguna vez (suponemos que durante el siglo XIX y parte del XX) una escuela pública en Long Island City, Queens. Muy cerca de Manhattan, pero lo suficientemente alejada como para que el imponente edificio haya sido abandonado y a principios de los 70 reciclado y reconvertido en laboratorio dedicado a instalaciones, performances, música, arquitectura y otras expresiones (ya sabemos que la lista es infinita) de la escena del arte contemporáneo neoyorquino y aledaños. A pesar de que hoy todo está pensado para albergar a estas exposiciones, el espacio todavía guarda recuerdos de su historia colegial y su relación con la educación, lo respeta, lo cuida y le hace homenaje permanente. Recorrimos el edificio en pleno momento de montaje entre exposiciones y rodeado de nieve, lo que nos dejó ver el vacío de las salas y el trabajo que implican varias puestas de exposiciones a la vez. Pero el simpático guía también nos llevó de paseo por la antigua caldera en el subsuelo (hoy intervenida con láminas de oro) y nos dejó hasta mirar la terraza con vista al Midtown. Al final del recorrido decidimos almorzar en Dinette, el restaurant del museo, que sirve una comida simple y rica y de manera literal recrea la ambientación de un aula escolar. Decir que es literal en este caso no es una crítica, lo que pasa es que realmente te sentís en el aula. Desde las sillas y los pupitres, todos mirando al frente-cocina, hasta los pizarrones verdes (me encantó que hayan salido del pizarrón negro, hoy un tópico gastronómico más), todo recuerda al aula escolar. Por lo menos a las aulas del siglo XX, aquellas que tenían a la maestra al frente y a nosotros copiando la lección. Como si fuera poco, debajo del pupitre hay cuadernos, lápices y otros elementos necesarios para la clase. Así mientras nos tomábamos una sopa de calabaza que estaba deliciosa, recordábamos los viejos tiempos escolares y nos imaginábamos lo que habría sido estudiar en ese gigantesco edificio de Queens. Por lo visto, la experiencia del aula es muy parecida en muchos lugares. Para almorzar en el restaurant del MoMA PS1 hay que ponerse guardapolvo blanco, prestar atención a la maestra y no machetearse. O casi.
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