Sin lugar a dudas el Rasti fue mi juguete preferido. Mis primeros pasos en el mundo de la construcción con bloquecitos los di con el Mis ladrillos pero cuando tuve mi primera caja de Rasti, la StarBox 1000, la más grande, nunca quise probar otra cosa. Para ese entonces ya había pasado por dos versiones del Mis ladrillos, primero el de goma, sí, los primeros bloquecitos eran de goma y venían en maravillosos colores: blanco medio cremita-amarillento y terracota; se podía decir que era un juego muy flexible. Luego aparecieron los de plástico rígido más coloridos y muy propensos a la rotura por quiebre.
Con el Rasti dominé la técnica del encastrado con precisión milimétrica, me volví riguroso y detallista copiando los modelos del catálogo, obsesivo y maniático. Leyes inquebrantables debían ser respetadas: no mezclar ladrillitos de cualquier color, utilizar la espátula provista y no los dientes para separar los “chatitos”, jamás incorporar elementos ajenos al sistema (sí me permitía banditas elásticas para conectar poleas), jugar siempre en el suelo ya que era imperioso hacerse de abajo.
Semejante conducta no se forja encastrando bloquecitos de colores, mucho le debo a las dos guías que traía la caja, eran para mí fuente de toda inspiración, razón y justicia. Era tanto el tiempo que le dedicaba al armado de las construcciones como al estudio meticuloso de las guías.
Y aquí los ejemplificadores modelos que cualquier niño, respetuoso de las reglas aprendidas en la guía, podía construir con solo echar un vistazo a las fotografías.
Memorizar códigos de piezas, conocer el uso correcto y las posibilidades que brindaba cada una de ellas era primordial.
Ahora que vuelvo a ver estas guías comprendo a qué se debía esa rigurosidad de sacerdocio. Basta con hojear las páginas para darse cuenta de que están más cerca a un manual de dibujo técnico para alumnos de colegio industrial o a un tratado sobre normas IRAM que a una guía amena para inspirar a los niños. Vean las imágenes y compruébenlo ustedes mismos.